Alguien
por ahí ha dicho que los hijos son una industria de producir miedo. La
posibilidad de que algo malo le pase a una criatura ayuda a que nos volvamos
vulnerables al deseo de venganza, a la manipulación mediática, a la paranoia y
a la búsqueda de soluciones mágicas y chivos expiatorios. El temor a que le ocurra algo malo a un ser querido nos hace aflorar cierto fascismo emocional.
Pero
no es necesario preocuparse por la suerte de un niño para abrazar la tendencia
a disfrazar la venganza de justicia. La angustia producida por la violencia
difusa, propia de toda organización social, suele canalizarse hacia sujetos
individuales estereotipados, por lo general adolescentes de barrios precarios,
a través del reclamo de “mano dura”. Tenemos tendencia a olvidar que las
agencias y corporaciones del sistema penal han cometido los crímenes más
atroces, y en mucho mayor número, a los perpetrados por los individuos que
delinquieron sin el paraguas protector de los estados; los ejemplos históricos sobran, e incluso podrían
multiplicarse: la Gestapo ,
la KGB soviética,
la inquisición española, las dictaduras militares latinoamericanas, el accionar
de policías corruptos, los escuadrones de la muerte, las bandas criminales
creadas bajo el régimen de Pol Pot, los crímenes de guerra, la masacre de los
armenios por parte del gobierno turco, la masacre de judíos durante el nazismo,
las víctimas del colonialismo y neocolonialismo europeo… Desde niños robados de
sus cunas a sus familias hasta adolescentes empalados, desde mujeres violadas
en campos de tortura hasta fusilados por la espalda en simulacros de
enfrentamiento, desde la aplicación de electricidad en las vaginas hasta
mutilaciones o asesinatos de enfermos mentales.
Estimo que muy pocas personas suelen leer los
trabajos de sociólogos, criminólogos y académicos especializados en cuestiones
penales o de seguridad democrática, mayormente porque no tienen tiempo y/o porque no les interesa informarse lo
suficiente como para complejizar y enriquecer el debate. Seguramente, muchos criminólogos tampoco tienen tiempo de instruirse acerca de los nuevos avances
de la genética o la física cuántica. La diferencia tal vez radica en que las cuestiones sociológicas o criminológicas se prestan mejor para ser capturadas por el discurso maniqueo y/o cualunquista, y no pasa lo mismo con las ciencias "duras". Corolario: la fuente principal del
discurso penal se basa en lo que algunos académicos denominan “criminología
mediática”. Y acá quería llegar a la esencia del posteo, para cuya redacción le
pienso robar extensamente a Eugenio Zaffaroni, sin entrecomillar sus palabras,
para hacer más sencilla la lectura del post. Entiendo que se trata de una figura que suscita odio, admiración y rechazo en diversos sectores, lo que también ayuda a trivializar el debate, desviándolo hacia falacias ad hominem.
La
criminología mediática es un fenómeno viejo, cuya lógica se basa en la creación
de la realidad a través de una mezcla de información, subinformación y
desinformación, que opera a favor de la consolidación de prejuicios y creencias
basados en una etiología criminal simplista que apela a lo que algunos
académicos denominan “causalidad mágica”.
Para
prevenir objeciones bobas motivadas por malas interpretaciones, me apuro a
resaltar la evidencia de que, al decir de Carlos Nino, “muchos de nosotros no
estaríamos muy tranquilos si se indultaran, por ejemplo, a todos quienes
cometieran homicidios, tormentos, secuestros, atentados, violaciones, y se
anunciara que en el futuro no se aplicará por esos hechos ninguna medida
coercitiva y se permitirá que sus autores sigan desarrollando su vida normal”.
Nadie niega que en toda organización social es necesario algún tipo de
coacción.
Ahora
sí, vayamos al punto, no sin antes aclarar que vamos a describir una suerte de
“tipo ideal weberiano”, que no necesariamente se corresponde punto por punto
con la realidad empírica:
CONCEPTO DE "CRIMINOLOGÍA MEDIÁTICA":
La
criminología mediática es (1), en principio, un discurso maniqueo, creador de
un mundo de personas decentes enfrentadas a una masa de criminales identificada
a través de estereotipos, que configuran un ellos separado del resto de la
sociedad, por ser un conjunto de feos, sucios y malos.
Los
ellos de la criminología mediática molestan, impiden dormir con puertas y
ventanas abiertas, perturban las vacaciones, amenazan a los niños, ensucian la
calle, y por eso deben ser separados de la sociedad, para permitirnos vivir
tranquilos y sin miedo.
El
ellos se construye por semejanzas, para lo cual la televisión es el medio
ideal, pues juega con imágenes, mostrando a algunos de los pocos estereotipados
que delinquen y de inmediato a los que no delinquieron o que sólo incurren en
infracciones menores, pero son parecidos. Es la vieja afirmación del genocida
turco Talat: “se nos reprocha no distinguir entre armenios culpables e inocentes,
pero esto es imposible, dado que los inocentes de hoy pueden ser los culpables
de mañana”.
El
mensaje es que el adolescente de un barrio precario que fuma marihuana o toma
cerveza en una esquina mañana hará lo mismo que el parecido que mató a una
anciana a la salida de un banco y, por ende, hay que separar de la sociedad a
todos ellos y si es posible eliminarlos.
La
función del chivo expiatorio debe ser doble: a) por un lado infundir miedo y;
b) debe quedar claro que es el principal causante de todas nuestras zozobras.
Por eso para la televisión el único peligro que acecha nuestras vidas y nuestra
tranquilidad son los adolescentes del barrio marginal, ellos. Para eso se
construye un concepto de seguridad que se limita a la violencia del robo.
Cuando
un homicidio fue por celos, pasión, enemistad, pelea entre socios o lo que
fuere, para los medios no se trata de una cuestión de seguridad. El homicidio
de la mujer a golpes dentro del santo hogar familiar no produce pánico moral,
se lo ignora. En todo caso es algo que ocurre en un hogar de vínculos enfermos,
o integrado por “negros de mierda”. Y si alguno de estos homicidios tiene
amplia cobertura periodística es por sus ribetes de morbosidad sexual.
Es
muy difícil escapar a ese discurso, porque la introyección de la criminología
mediática es algo que recibimos desde que somos niños a través de una enorme
multiplicidad de mensajes, no sólo desde los noticieros, sino también desde la
industria cultural. Su construcción se da por sabida, pertenece al “todos saben
que”.
El
concepto de “chivo expiatorio” está inmerso en la historia, con lo cual varía a
lo largo del tiempo y del tipo de sociedad. Por ejemplo: en la década del 70’ , en la Argentina , los jóvenes
pelilargos y barbados que fumaban marihuana eran considerados “subversivos”,
aunque hoy esos mismos pelilargos puedan ser pacíficos abuelos que miran a
Tinelli.
Una
de las consecuencias del binarismo maniqueo generado por el discurso de la
criminología mediática, es que la prudencia no tiene espacio, hasta el punto de
que toda tibieza es mostrada como complicidad con el crimen, con el enemigo,
que construye un mundo bipolar y macizo, como el agustiniano en tiempos de la
inquisición. Cualquiera que trate de poner algo de complejidad, es interpelado desde
lo emocional: “¿qué harías vos si violaran a tu mujer y/o mataran a tus
hijos?”.
Ellos
jamás merecen piedad, porque son los que matan, los que torturan, los que
roban, los que violan, pero no algunos entre ellos, sino todos ellos, ya sea de
modo efectivo o potencial. Identificados ellos, todo lo que se les haga es
poco, pero, además, según la criminología mediática, no se les hace casi ningún
daño, todo es generosidad, buen trato e inútil gasto para el estado, que se
paga con nuestros impuestos, lo que implícitamente está reclamando muerte,
exigencia que de vez en cuando hace explícita algún desubicado que viola los
límites de la corrección política y cuyos dichos son rápidamente disculpados
como un exabrupto emocional.
La
criminología mediática expresa su necrofilia en su vocabulario bélico,
instigando a la aniquilación de ellos, lo que en ocasiones se lleva a la
práctica en forma de fusilamientos policiales. Cuando se pretende encubrir
estos fusilamientos se acompaña con los supuestos datos del estereotipo:
frondoso portuario, cuantiosos antecedentes, drogado. Se confíe en que nadie
razone que un par de robos a mano armada sacan de circulación a una persona
hasta casi los cuarenta años, cuando casi todos los ejecutados escasamente
pasan los veinte, que el tóxico criminógeno por excelencia es el alcohol y que
nadie puede cometer un delito violento bajo los efectos de la marihuana.
Las
estadísticas dicen que en muchos países,
los adolescentes muertos por la policía son más que las víctimas de homicidios
cometidos por adolescentes.
Para
la criminología mediática, ellos son la
mierda que hay que limpiar. El código penal, bajo esta concepción, sería una
suerte de reglamento para desaguadores cloacales.
La
criminología mediática entra en conflicto cuando el poder punitivo se manda una
cagada y victimiza a alguien que no puede identificar con el ellos y al que
como víctima no puede negarle espacio mediático. En estos casos se trata de un
efecto colateral de la guerra contra el crimen, que debe entregarse para calmar
la ola mediática, que a su vez es aprovechada para demostrar cómo el sistema
depura los elementos indeseables. Lo que en realidad hacen es entregar a un
policializado seleccionado de un sector social humilde al que entrenaron con
singular negligencia para hacer eso y que le tocó perder.
En
cualquier cultura la causalidad mágica surge como producto de una urgencia de
respuestas que puedan calmar la angustia. Se debe responder ya al caso
concreto, a la urgencia coyuntural, al drama que se destaca y dejar de lado
todos los demás cadáveres. Frente al pasado, la urgencia de una respuesta
imposible sólo puede ser la venganza. Como la urgencia es intolerable, no
admite la reflexión, ejerce una censura inquisitorial, pues cualquier tentativa
de responder invitando a pensar es rechazada y estigmatizada como abstracta,
idealista, teórica, especulativa, alejada de la realidad, ideológica, etc. Esto
se compadece a la perfección con la televisión, donde cualquier comentario más
elaborado en torno de la imagen se considera una intelectualización que quita
rating. Está claro que existen comunicadores responsables, pero suelen ser
tildados de aburridos, porque les falta emotividad a sus informes, ya que “no
miden”.
La
causalidad mágica impulsa las reformas legales más desopilantes, porque la
imagen transformada en ley también es una cuestión mágica. Es como nuestros
antepasados, que dibujaban animales de presa en las paredes de las cuevas
porque, por pensamiento mágico, al poseer la pared se poseía el objeto
representado. La imagen de hoy es lo
publicado en el boletín oficial.
La
criminología mediática no sólo ficcionaliza lo que ocurre, amplificándolo, sino
que además cada tanto presenta héroes
que “hacen justicia”, dando muerte al criminal. El héroe no tiene miedo, es
hiperactivo, ultrarresistente, hiposensible al dolor, aniquila al enemigo sin
trauma por haber matado, es hipersexual,
despierta admiración y pasión en la mujer, aunque sabe ser dulce y
contenedor si la mina está buena. ¿Quieren ejemplos hollywoodenses? Los hay a
montones, en diversas películas protagonizadas por Stallone, Jason Statham,
Schwarzenegger, Chuck Norris, Baby Etchecopar (?)…
Todos
estos discursos están muy presentes desde nuestra más tierna infancia, sobre
todo si tenemos en cuenta que la televisión suele ser nuestra principal
babbysitter.
Sabemos que la cuestión criminal es particularmente sensible a la opinión pública, por eso existe siempre el riesgo de ser malentendido y/o
acusado de estar intentando “proteger a los delincuentes”, o justificando su
accionar.
Antes
de proseguir con el tema del post, y siguiendo con los refritos de Zaffaroni,
me parece necesario hacer algunos comentarios sobre la función negativa de la
prisionización:
En
los países ricos las cárceles tienden a convertirse en una especie de
instituciones de tortura blanca (sin predominio de violencia física) y en los
pobres de campo de concentración, con muertes frecuentes, en lo que se conoce
como "masacre por goteo"; y brotes de muertes masivas (motines).
Es
sabido que las cárceles suelen funcionar como "escuelas del crimen",
por lo cual no es exagerado aventurar que la prisionización innecesaria fabrica
delincuentes, así como la estigmatización de las minorías funciona como una
suerte de profecía autocumplida: jóvenes con dificultades de identidad asumen
los roles desviados imputados mediáticamente, reafirmando los prejuicios
propios del estereotipo.
Algunas
cifras: Estados Unidos es el país con ingreso per cápita más alto que no logra
reducir el número de homicidios. Su tasa es casi análoga a la argentina (5,5
por 100.000) y superior a ésta -pese a las mentiras del demagogo Giuliani- en
Nueva York (8,65) y San Francisco (8,10). Estas tasas son mucho mayores que la
de Canadá (1,77 por 100.000), pese a que Estados Unidos tiene un índice de
prisionización de casi el 800 por 100.000 y Canadá sólo 116. Uruguay registra
una tasa de homicidios dolosos de 4,7 por 100.000 y Bolivia de 3,7 sin ninguna
inversión astronómica.
Y
es que la inseguridad también es negocio. Existen empresas que construyen
cárceles premoldeadas que alquilan a los gobiernos hasta que, pasados algunos
años y una vez que los presos las han destruido, las dejan en propiedad de los
países que las compran. Algunos gobiernos otorgan créditos a ese efecto, con la
condición de que las cárceles se encarguen a sus empresas; para eso, envían
corredores que van por el mundo haciendo gala de sus bondades y economía, pese
a que el costo de la cárcel privada es muy superior al de las públicas, por lo
que en Estados Unidos no se ha generalizado esta privatización, que se usa para
la exportación.
Según
un estudio realizado por Vivien Stern, titulado Creando criminales, Estados
Unidos es líder en el uso de la prisión, con los 800 prisiones cada 100.000
habitantes, y Rusia lo sigue de cerca con cerca de 600. ¿Resultados? La tasa de
homicidio en Nueva York, ciudad líder en prisionización a nivel mundial, es de
8,65 por 100.000; mientras la tasa de Moscú, en Rusia, asciende a 22,10
homicidios por cada 100.000.
Inversamente,
en los países que hacen un uso muy inferior de la prisión se encuentra
Finlandia, con 71 por 100.000 y una tasa de homicidio del 2,9; Australia con
117 por 100.000 y una tasa de 1,87, etc. Está claro que existen otras variables, aunque para no hacer más extenso un post ya de por sí muy extenso, no ahondaremos mucho más.
La
explicación convencional según la cual hay más prisionización porque hay más
homicidios es falsa, porque si fuese cierta, con los largos años que llevan,
las altas tasas deberían haber hecho descender el índice de homicidios, y las
bajas tasas haberlo subido, y nada de eso ha ocurrido. En síntesis: altas tasas
de prisionización no tienen un efecto positivo sobre el descenso en el índice
de homicidio, sino que cabe sospechar que su efecto es incluso negativo.
Otro
aspecto problemático es que aquellos que deben controlar a los presos deben
implementar una regimentación interna muy estricta, conforme a la cual el
recluso se ve "infantilizado": se levanta, come, se higieniza, cena y
duerme cuándo y cómo se lo ordenan, como si estuviese en la escuela. Pretender
que un preso madure en ese estado es casi como pretender aprender a nadar en
una piscina vacía.
El
preso no puede disponer de un espacio privado, propio, íntimo... Las visitas
son sometidas a revisiones que llegan en algunos casos a tactos vaginales o
rectales; cada tanto ingresan las requisas en busca de armas o tóxicos, arrojan
todas sus pertenencias al piso y lo obligan a conductas degradantes, como
mostrar el ano.
La
angustia por sus seres queridos es otro considerable factor de inquietud, como
por ejemplo la sospecha de que serán traicionados por sus parejas, o que sus
afectos lo dejarán solo con el correr del tiempo. Y ni hablar si el preso no
cuenta con protección especial dentro del recinto.
En
fin, se podría decir mucho más, pero creo que con todo esto se tiene más o
menos un panorama.
Volviendo
al punto, digamos que el mensaje contra la pretendida impunidad, cuando las
cárceles están superpobladas, y aunque el ciudadano común lo perciba como un
mensaje de miedo, para las personalidades frágiles de los grupos de riesgo
opera como una incitación pública al delito, porque total existe impunidad y
“nadie va en cana”. En un sentido es una suerte de incitación al delito
amateur. Un buen ejemplo de reproducción criminal fue la enorme publicidad que
se hizo sobre los secuestros extorsivos hace pocos años, donde los delitos no
son comunes. La insistencia mediático hizo cundir la falsa creencia de que se
trata de un delito rentable y de fácil comisión, lo que provoca miedo en la
población, cuando en realidad es uno de los delitos más difíciles, salvo que
cuente con cobertura oficial.
Este
discurso ayudó a la proliferación de una ola de secuestros bobos, con alto
riesgo para la vida de las víctimas, porque este tipo de secuestro implica una
complejidad muy grande. Ergo, el secuestrador tonto y desesperado, ante la
inminencia de ser descubierto o sabiéndose reconocido por la víctima, le da
muerte como último recurso ante su torpeza.
Además,
la creación de realidad de un contexto violento e impune ofrece una coartada
ideal para cualquier delito. Uno mata a la mujer y pretende hacer creer que fue
un robo; otro mata al marido de la amante y quiere hacerlo pasar por un acto de
terrorismo; otro entierra al socio en el fondo y dice que lo secuestraron; otro
le roba al vecino y grita que no hay seguridad.
Hace
pocos años un horrible homicidio múltiple de un matrimonio y su hijo menor en
Italia dio lugar a un reforzamiento del estereotipo del albanés asesino, del
cual la hija sobreviviente llegó incluso a hacer un identikit. La sorpresa fue
grande cuando se descubrió que la autora había sido la hija ayudada por su
novio; en estos casos la criminología mediática enmudece.
No
conozco los detalles del caso Ángeles Rawson, pero: ¿no les ha sorprendido la
torpeza de quien cometió el asesinato?
Como
en tantos otros ámbitos, la criminogía mediática actual se importa de Estados
Unidos, pero como en nuestra región no existen las condiciones para mantener a
dos millones de personas presas y bajar el índice de desempleo mediante los
servicios necesarios para vigilarlos, los efectos políticos son totalmente
diferentes.
En
el norte se traduce en una política de prisionización de negros y latinos y en
Europa en la expulsión de inmigrantes extracomunitarios, pero en América latina
no hay presupuesto para prisionizar a todas las minorías molestas –que tampoco
son tan minorías-, con lo cual la venganza estimulada hasta el máximo por la
criminología mediática se traduce en mayor violencia del sistema penal, peores
leyes penales, mayor autonomía policial con la consiguiente corrupción y riesgo
político, vulgaridad de politicastros oportunistas o asustados y reducción a la
impotencia de los jueces, todo lo cual provoca muertes reales, cadáveres que la
criminología mediática interpretará con imágenes deformantes.
Los
ellos del sur no son tan minorías como los del país del norte, sino amplios
sectores de la población y a veces mayorías, de las que provienen todos los
implicados en la violencia del poder punitivo, o sea, infractores, víctimas y
policializados. Acá tienen el caso de Luciano Arruga –un chico asesinado por lapolicía al negarse a robar para ellos-contado por su hermana
La
criminología mediática habla sin saber, y como en definitiva no le interesa
demasiado ni la frecuencia criminal ni el grado de violencia, envía el mismo
mensaje desde México (con casi 40 mil muertos en cinco años, decapitados,
castrados) hasta Uruguay (con un ídice casi despreciable de homicidios
dolosos); desde Centroamérica con los maras y los sicarios (como los que
mataron a Facundo Cabral), hasta una esquina suburbana de Buenos Aires con
pibes tomando birra y fumando algún porro. Es como si un médico diera la misma
receta a todos sus pacientes, sin haber hecho ningún diagnóstico. Como en todos
lados existen delitos, jamás le faltará crimen para mostrar, ya sea uno que
haya pasado hace poco, o uno pasado que se repite hasta el hartazgo, o en el
peor de los casos algún crimen sucedido en otro lugar del mundo.
El
discurso conspiranoico de la criminología mediática fomenta la necesidad de
protegernos de ellos, para promover el negocio de la “seguridad”, y por eso
justifica la necesidad de todos los controles estatales. El nosotros le pide al
estado que vigile más al ellos, pero también al nosotros, que necesitamos ser
monitoreados. En rigor, al poder punitivo le interesa controlarnos a nosotros.
Está
claro que el miedo es un mecanismo que nos alerta del peligro, y en ese sentido
cumple una función importante; sin embargo, cuando el miedo se exagera y erige
un chivo expiatorio que todo lo explica, deja de ser normal. De esta manera,
atiendo a algunos riesgos y desatiendo otros, con lo cual me cuido del robo y
no me percato de que en mi propio hogar aumenta la violencia; con el pretexto
del temor al robo nadie se detiene en el semáforo de la esquina; y con el pretexto
del temor al robo pido mayor vigilancia al estado, y luego parte de ese mismo
mecanismo es el que me vigila y secuestra.
A
menudo, la criminología mediática monta un show con una víctima, a la que
enfrenta con un funcionario político, para mostrar que su desgracia se debió a
la negligencia o ineficacia, con lo cual fija en el imaginario colectivo la
idea de que el gobierno debe ser omnipotente, pretendiendo que si no se
previenen todos los delitos y accidentes más patológicos e imprevisibles,
entonces vivimos en el peor de los mundos posibles. Lo cierto es que la única
manera de prevenir todos los delitos sería crear un robot policía, armado,
poderoso e inteligente, capaz de seguirnos a sol y a sombra, incluso hasta la
puerta del baño. Además, ¿cómo favorecer el debate entre una víctima que ha
sufrido una pérdida irreparable y un responsable de la seguridad, sentados uno
al lado del otro? La víctima no debe someterse a un show mediático, sino
recibir asistencia psicológica, y se debe respetar su dolor.
La
víctima, en un primer momento, queda en un estado de desconcierto y
estupefacción: le cuesta creer lo que le acaba de pasar. En una etapa
posterior, inevitablemente, tiende a jugar irracionalmente con la causalidad:
“si hubiese actuado de tal modo en lugar de tal otro, si hubiese prohibido a mi
hijo que salga de noche, si…”. El peso de esa culpa irracional provoca una
extroversión que proyecta la responsabilidad en alguien o algo, es decir, en un
objeto externo.
Cabe
aclarar que no se trata de la culpa por el homicidio o por el delito que fuere,
que obviamente puede tener un responsable directo, sino de la situación.
El
tiempo y la asistencia especializada puede ayudar a la víctima a elaborar el
duelo. El problema es cuando la criminología mediática instala una
víctima-héroe, explotando alguna característica, como el histrionismo, y le
refuerza al máximo el momento de extroversión de la culpa por la situación. De
esta manera, se fija a la víctima en ese momento, y se interrumpe su proceso de
elaboración del duelo; ergo, la persona redefine su autopercepción como víctima
y queda en ese rol.
Importante:
a la víctima-héroe se le hace reclamar represión por vía mágica y se prohíbe
responderle, pues cualquier objeción se proyecta como irreverente frente a su
dolor. Ante el peso de la presión mediática son pocos los que se animan a
desafiarla y a objetar sus reclamos. Los que más se amedrentan son los
políticos que, desconcertados, tratan de ponerla de su lado redoblando apuestas
represivas. Cuando la víctima-héroe se vuelve inmostrable, a causa de un
desequilibrio emocional que lo hace disfuncional, la criminología mediática se
libra de ella, ignorándola hasta olvidarla por completo.
En fin, por el momento la terminamos acá.
¡Sean felices!
Rodrigo
Jugoso y útil .
ResponderBorrar(Mabel )
¡Muchas gracias linda!
Borrarmuy bueno
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