miércoles, 18 de enero de 2017

LA HERIDA DE DAVID FOSTER WALLACE

Libertad, la amiga de Mafalda, quería conocer gente simple. Es comprensible: las personas muy autoconscientes intentan no “pensar demasiado”, y persiguen desesperadamente la simpleza, la espontaneidad, la alegría. David Foster Wallace se miraba al espejo y se veía una herida en la cara. Su familia y sus amigos creían que estaba medio loco, y le decían que no, que no tenía nada. “¿Tendrás algún problema en los ojos?”. Sin embargo, cada vez que se miraba al espejo no sólo veía la herida sino que al palparse el rostro notaba la sangre en la mejilla, “los dedos se me hundían muy adentro de lo que a mí me parecía gelatina caliente con huesos y tendones y cosas dentro”. Y además le daba la sensación de que todo el mundo le miraba la herida. Él pensaba que su herida lo volvía medio raro, y sentía la necesidad de esconderse. Pero luego se daba cuenta de que sólo lo miraban porque lo veían muy asustado, ensimismado, sufriendo y siempre con la mano pegada en la frente y haciendo gestos de preocupación. Una vez se tocó el rostro y vio sangre en los dedos, y trozos de tejido y materia viscosa. Hasta podía oler la sangre, el aroma a metal oxidado y a cobre. Una noche, mientras sus padres no estaban, se le ocurrió agarrar hilo y aguja y cocerse la herida, sin anestesia. Le dolió mucho, naturalmente. Cuando sus padres volvieron, no les gustó para nada encontrar a su hijo con la cara ensangrentada de verdad, y con un montón de puntos en zigzag, poco profesionales y hechos con hilo grueso. Parece que al cocerse hundió la aguja demasiado hondo y la herida se le infectó. Los médicos al curarlo tuvieron que hacerle una herida de verdad, limpiarlo y desinfectarlo. Ahora tiene una horrible cicatriz en el rostro, y el resto de la gente también la puede ver, pero hace de cuenta que no ve nada, o si le dicen lo que ven, lo hacen con mucho tacto.

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