sábado, 10 de septiembre de 2016

NO ME ARREPIENTO DE NADA

La calma tierna de un abrazo a alguien que amamos y corresponde a nuestro amor se parece mucho, incluso ES, la felicidad. “Todo está entonces suspendido: el tiempo, la ley, la prohibición; nada se agota, nada se quiere: todos los deseos son abolidos, porque parecen definitivamente colmados”. Sin embargo, apenas le decimos al instante “deténte, eres tan hermoso”, ya volvemos a estar en el río del tiempo: el eje del temor y la esperanza; del deseo y el tedio; de la alegría y del miedo; del descanso placentero y del  agotamiento; del humor y del juego...

Todo ser humano, en determinados momentos que podríamos llamar “cruciales”, se lamenta de no haber podido vivir otras vidas además de esa única. ¿Cuáles han sido mis posibilidades no realizadas? ¿Qué pude haber hecho y no hice? ¿Qué hice y pude haber hecho mejor? ¿A partir de qué café la mina que me gusta me consideró su “amigo”? ¿Si le hubiera dado un beso en lugar de quedarme callado? ¿Si me hubiese quedado callado en lugar de darle  un beso? ¿Y si hubiese estudiado filosofía y letras en lugar de abogacía o ingeniería industrial? ¿Mis deseos son exclusivamente míos o soy la proyección de algunos deseos ajenos, ya sean de la sociedad o de mis viejos? ¿Y si hubiese viajado más, o cultivado más el físico, o leído más o menos libros;  o tenido el coraje de cambiar de laburo? ¿Por qué no se me ocurrió antes estudiar idiomas, o terminar el secundario, o anotarme en la universidad? ¿Y si me hubiese casado? ¿Y si hubiese permanecido soltero? ¿Y si hubiera tenido hijos; o si hubiese decidido no tenerlos? 

Edith Piaf, con infinita belleza, nos asegura que “no se arrepiente de nada”, y uno tiene ganas de "suspender la incredulidad", arrodillarse y creerle por completo:


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