domingo, 25 de septiembre de 2016

ALGUNAS CUESTIONES SOBRE LA CRÍTICA LITERARIA EN LAS QUE EL AUTOR DEL BLOG DEMUESTRA UNA ERUDICIÓN MUY SUPERIOR A LA DE LUIS MAJUL PERO INCOMPARABLEMENTE MENOR A LA DE GEORGE STEINER

Dedicado al amigo Daniel Freidemberg

Una de las voces que integra la asamblea de pepegrillos que viven en mi cráneo me dice siempre que deje de comentar fragmentos ajenos de autores que admiro y me decida a tratar de buscar mi propia voz creando alguna obra de ficción propia. A decir verdad, suelo mandar a callar a esa voz molesta porque gracias a Oscar Wilde sé que “la culpa no te impide cometer el pecado pero sí disfrutar de él”, y como a mí me gusta escribir sobre obras ajenas…


Pero vayamos al punto. El problema, como bien decía Don Abelardo Castillo, no es que los críticos literarios sean “escritores fracasados”, sino que sean críticos fracasados. Hay grandes escritores que han sido muy buenos críticos: Baudelaire, Tolstoi, Edgar Allan Poe. Sin embargo, así como no todos los futbolistas son buenos periodistas deportivos aunque sepan mucho de fútbol, ni todos los músicos son capaces de hacer crítica musical, no es suficiente con ser escritor para ser un buen crítico.


Por lo demás, “no hay más que recordar las barbaridades que Lope, Cervantes, Góngora y Quevedo decían a su turno de cada uno de los otros, para notar con alarma que no ser un escritor fracasado tampoco garantiza la lucidez o la generosidad de espíritu”.




La crítica auténtica siempre debe surgir de la fascinación por la obra criticada; por eso es que considero una actitud estúpida, por caso, la insistencia de Juan José Saer por la figura de Paulo Coelho. Las críticas de Saer a Coelho no eran críticas sino injurias que demostraban la envidia que al autor de Glosa -sin dudas un gran escritor- le debía producir que los libros del brasileño se vendieran mucho más que los suyos, o que los libros de sus autores admirados. 


Ya sabemos que Coelho no es un gran artista sino una máquina de decir trivialidades, ¿pero qué objeto tiene insistir tanto en defenestrarlo? Me parecen más sabios los consejos de Auden:


“El arte malo siempre está con nosotros; pero una obra dada siempre es mala en forma momentánea: a la concreta mala calidad que exhibe sucederá pronto una de otro tipo. Es por lo tanto inútil atacarla, ya que desaparecerá de todos modos. (…) El único procedimiento sensato para un crítico es apelar al silencio frente a obras que considera malas, mientras al mismo tiempo difunde su entusiasmo a favor de aquellas que considera buenas; especialmente si son ignoradas o subestimadas por el público.


Hay libros injustamente olvidados; ninguno es injustamente recordado”.


No se educa el paladar de una persona diciéndole que su dieta es una mierda, o que es demasiado simple, o es propia de gente vulgar. En todo caso se sugieren otras posibilidades, otras miradas, del modo más seductor posible. Es cierto que también se puede influenciar al esnob diciéndole “sólo a la gente vulgar le gusta el repollo pasado; a la gente refinada le gusta el repollo preparado de tal o cual manera”; pero los resultados, como bien nota Auden, tienen poca posibilidad de ser duraderos.


El crítico debe atacar la corrupción del lenguaje no tanto en las obras de los artistas sino en el hombre de a pie, en los periodistas, en la televisión, en la clase dirigente, en las conversaciones cotidianas. Sin embargo, es muy difícil predicar con el ejemplo. “¿Cuántos críticos ingleses o norteamericanos son hoy maestros de su lengua materna como lo fue Karl Kraus del alemán?” (Auden dixit).

Para decir de una obra “me gustó” o “no me gustó” no es necesario ser crítico, basta con ser lector.


Había un chiste que me contaba mi vieja en el que un tipo le pregunta a otro que tenía una barba larguísima: “¿Usted cuando duerme, lo hace con la barba por arriba de la frazada, o por debajo?”. Ese día, el barbudo tuvo insomnio.


“La creación literaria”, nos dice Don Abelardo, “exige la mayor cantidad posible de conocimientos (formales, técnicos, psicoanalíticos, sociológicos, lo que se quiera), pero también exige una buena dosis de ignorancia, de libertad, respecto de ciertos mecanismos internos. Como aquello que decía Macedonio Fernández: nunca tomé conciencia de que respiraba hasta que estuve a punto de ahogarme. En nuestro país hay críticos excelentes, pero limitados. Han leído muchísimos ensayos y pocas novelas, cuentos, dramas, poemas. Y a veces desconocen otras cosas que deberían saber, algunos idiomas contemporáneos, por ejemplo; griego y latín clásicos (hablo en serio, y hablo de los críticos: ya que yo también ignoro esas lenguas pero me limito a inventar historias, no investigo la literatura), y, sobre todo, carecen de una formación filosófica profunda. No se puede ser un gran crítico sin sustentar una poética, que es a su vez una zona de algo más vasto, la  estética, y no hay estética que valga si no se parte de una concepción total del mundo, de una filosofía”.

Las palabras de Don Abelardo me suenan un poco exageradas: no creo que sea necesario que un crítico literario sepa griego y latín o tenga sólidos conocimientos de estética, salvo que se dedique a los clásicos greco-latinos o haga una crítica de la estética hegeliana o kantiana, o algo similar. Sea como fuere, lo concreto es que los buenos críticos literarios son mucho más difíciles de encontrar que los buenos escritores. La crítica auténtica tiene poco que ver con la crítica periodística que le soluciona al lector la salida del fin de semana o le dice qué libro tiene que comprar. La crítica es una posibilidad de escritura. Antes que nada, un crítico tiene que intentar escribir bien, tan bien como cualquier gran artista.


Hay un libro muy lindo, escrito por un tal Roberto Giaccaglia, quien hasta hace un tiempo mantenía un blog bastante interesante,  llamado Crítica creación, que aborda bastante bien la cuestión de la crítica:


“Las meras habilidades de estilo que descuidan el lado teórico o pedagógico o aprovechable en un sentido práctico, suelen ser vistas como pasatistas, carentes de compromiso. Error. Escribir bien ya es un compromiso y hasta una valiente decisión en estos tiempos, una muestra de coraje frente a un mundo que no es ni la mitad de bello que el arte y que, encima, alienta el facilismo, la rapidez, la fealdad. Escribir bien es oponerse a un sistema que oprime imponiendo una escritura mecánica, que a su vez alienta la reproducción masiva de sentimientos vanos y el consumismo”.


Yo no creo que los mejores críticos sean los escritores, pero sí creo que todo gran crítico necesariamente es un gran escritor.


Sí es cierto que la literatura avanza siempre por delante de la crítica, “por la misma razón que el explorador avanza siempre por delante del cartógrafo, en cabeza de la expedición, abriendo camino”, como dice Javier Cercas en El punto ciego.


Para no extender aún más un posteo en el cual el lector se fue hace rato mientras el pobre Rodrigo sigue tecleando solo, me permito finalizar con una larga cita del amigo Auden:


“¿Cuál es la función del crítico? En lo que a mí respecta, puede ofrecerme uno o más de los siguientes servicios:

1) Darme a conocer obras o autores que hasta el momento ignoraba;

2) Convencerme de que subestimé a un autor o una obra por no haberlos leído con bastante atención;

3) Señalarme relaciones entre obras de diferentes épocas y culturas que nunca habría encontrado por mi cuenta porque no sé lo suficiente y jamás lo sabré;

4) Ofrecerme una lectura de la obra que profundice mi comprensión de la misma;

5) Echar luz sobre el proceso de ‘composición’ artística;

6) Echar luz sobre la relación del arte con la vida, la ciencia, la economía, la ética, la religión, etcétera.


Los tres primeros servicios exigen erudición. Un erudito no es meramente alguien cuyo conocimiento es extenso; el conocimiento debe ser valioso para los demás. Alguien que supiera de memoria la guía telefónica de Manhattan no sería designado erudito, porque no se concibe una situación en la que podría adquirir un discípulo. Desde el momento en el que el saber implica una relación entre alguien que sabe más y alguien que sabe menos, esta relación puede ser transitoria; frente al público, todo comentarista es temporalmente erudito porque leyó el libro que está reseñando y el público no. Aunque el conocimiento del erudito debe ser potencialmente valioso, no es necesario que él mismo reconozca su valor; siempre es posible que el discípulo a quien él imparte su conocimiento tenga un criterio más justo de ese valor. Por lo general, al leer a un crítico erudito se aprovechan más sus citas que sus comentarios”.


Los tres últimos servicios no exigen un conocimiento superior, sino una intuición superior. El crítico demuestra una intuición superior si las preguntas que plantea son nuevas y sustanciales, sin que importe lo mucho que podemos discrepar con sus respuestas. Es probable que pocos lectores sean capaces de aceptar las conclusiones de Tolstoi en ‘¿Qué es el arte?’, pero una vez leído ese libro es imposible ignorar las preguntas que formula”.


Eso es todo por hoy.

¡Sean felices!


Rodrigo

Post Scriptum: Daniel me dice que Saer no era para nada envidioso, aunque sí calentón y tremendamente "adorniano"; vale decir, elitista. Tiene razón el amigo Daniel, pensándolo bien no creo para nada que Saer le tuviera envidia a las ventas de Coelho. Sus ataques al brazuca seguramente estaban motivados por algo que Saer consideraba un síntoma de alguna "enfermedad cultural" que a él le preocupaba.

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