domingo, 26 de junio de 2016

VINDICACIÓN DE HERNÁN CASCIARI


Cada vez que intento establecer puentes con otras personas hablándoles de la obra de James Joyce o de mi pasión por la literatura inclasificable de Franz Kafka, suelo quedarme hablando solo como un pelotudo. En cierto sentido, me pasa como a Luis Almirante Brown, el personaje de Capusotto:



Si escribo boludeces como Cuando llega el delivery de empanadas o El delivery en la oficina, capaz algún lector se prende. Entiendo que es natural que eso pase porque, ¿a quién le puede importar mi opinión sobre Kafka, cuando no sólo están sus libros sino que además hay pilas de intérpretes lúcidos e interesantes que nos hablan de su obra? ¡Ni a mis amigos más cercanos! En ese sentido, la literatura y la personalidad de Hernán Casciari constituyen un ejemplo en contrario de lo que a mí me pasa: el tipo tiene una extraordinaria capacidad para conectarse con sus lectores, para comunicar emociones, para hacerte reír y al mismo tiempo dejarte pensando. No tiene “pose de escritor” sino que simplemente escribe, logrando que los demás lo lean con total naturalidad.  


En estos días estuve mirando y escuchando una entrevista que le hicieron en Vorterix. Les resumo un poco la charla porque me pareció piola:


Casciari dice que haber vivido su infancia en un pueblo -nació y se crió en Mercedes- es como crecer en un patio gigante: vivir tranquilo, conocer a todos los habitantes del lugar, interactuar desde el jardín de infantes con los mismos amigos, jugar al lado del río, treparse a los árboles, ir a pescar:

“Me ha costado mucho tener amigos que no hayan tenido una infancia en un pueblo (…) Si vos de los cinco a los diez cruzaste solo el río, y juntaste ranas… se te forma algo (en la cabeza) que te hace reconocer a otros que hicieron lo mismo”. Lo mismo con las mujeres: "me enamoro de varoneras, no de minas conchetas".

Me identifico un poco con eso que cuenta porque, aunque me considero más un "animal de ciudad", viví desde mis cinco a mis seis años en Gualeguaychú, lugar donde podía salir de noche sin miedo, ir al corso, correr por la calle, jugar a la pelota, mirar el río y chapotear en el barro.... Mi infancia y adolescencia en Wilde también transcurrió en una casa y en un barrio, pero el ambiente era mucho más inseguro que el de un pueblo como Mercedes o una ciudad como la Gualeguaychú de entonces. También comparto con él la pasión por el fútbol  y los mundiales, la afición por la literatura de Borges, el gusto por las series, cierto desprecio por el "caretaje literario" y el fanatismo irracional hacia Diego Maradona y Lionel Messi.


La capacidad de comunicar que tiene Casciari se relaciona en parte con cierta dificultad para agradar a las mujeres a simple vista, al menos según lo que él confiesa. Por supuesto que la "labia" funcionaba, las veces que funcionaba, con minas que no eran superficiales: "necesariamente tenían que haber leído al menos cuatro páginas de Nietzsche para estar conmigo”.


En la entrevista también nos habla de cómo se formó su identidad como escritor: en su adolescencia, Casciari creía que los escritores tomaban ginebra, fumaban puros y pensaban cuestiones profundas:

“Yo empecé a escribir de verdad cuando sospeché que ya no podía ser escritor, cuando me fui a vivir a España y ya no me podía volver porque no tenía papeles, y me di cuenta de que tenía que laburar de algo y dejar de pavear con esas ínfulas de ser escritor”. 

Viviendo en Barcelona, gracias al nacimiento de un blog que creó para hablar boludeces con sus amigos, y que luego se viralizó hasta llegar a ser Más respeto que soy tu madre, terminó de descubrir su propia voz.


En mi adolescencia solía escuchar a un  músico cuyos temas podían ser muy tristes, y a quien más tarde fui a ver cuando vino a la Argentina: se llama Peter Hammill. El tipo dijo, creo recordar: “si fuera feliz no me dedicaría a hacer música, sino a ser feliz”. Y es que la felicidad es un fin en sí mismo. Los momentos de alegría se disfrutan más que se analizan, y por eso la escritura se nutre esencialmente del dolor, de la falta. La escritura puede ser liberadora, catártica, canalizadora. Es una buena forma, según Casciari, de no tener que pagarle a un psicólogo. 

La obra de Casciari está muy marcada por el sentido del humor. El autor de Charlas con mi hemisferio derecho nos dice que su relación con el humor nació como un recurso que le ayudó a: 1) zafar del matón de la clase usando la ironía, el retruque rápido. Vale decir, lo ayudó a hacerse amigo del abusador en lugar de convertirse en su víctima; 2) despertar el interés femenino. Intentar seducir "minitas" sacándoles una sonrisa.


Es inevitable sentir cierta envidia por un autor que supo hacer del "trabajo" una excusa para escribir en pijama desde su casa, juntarse con amigos e ilustradores, tomar vino, hablar boludeces y tocar la guitarra. Está claro que debe tener sus momentos de agobio -en su blog contó la experiencia de haberse infartado-, como nos pasa a todos. Sin embargo, yo le llamo "trabajar" a otra cosa muy distinta.


Puedo entender que hay escritores que son una especie de "puerta de entrada" a la literatura "seria", y que Casciari forma parte de esos escritores "menores" que te pueden llevar de la mano a conocer a otros autores "mayores". No obstante, cada tanto me gusta dejar de lado la "literatura seria" y quedarme leyendo a un tipo que puede ser tu amigo, tu vecino o el gordo que fue con vos a la primaria.

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