domingo, 25 de octubre de 2015

ALGUNAS CUESTIONES A PARTIR DE NIETZSCHE Y DEL FAUSTO DE GOETHE QUE LUEGO DERIVAN PARA CUALQUIER LADO POR CULPA DE MI CEREBRO QUE NO PUEDE REDONDEAR UNA IDEA Y TRANSMITIRLA EN POCAS PALABRAS


La muerte de la literatura se relaciona, en cierto sentido, con "ir a la vida" en lugar de contemplar el mundo en un papel: 

"Es una fantasía clásica, digamos, que recorre toda la polémica actual sobre los lugares de la literatura y que empieza en Baudelaire y llega hasta la Beat Generation. Está muy cerca de los debates de las poéticas actuales. Esa fantasía extraña de los escritores de dejar de ser escritores o de conseguir una experiencia que sea más intensa que lo que se supone que es la experiencia de la literatura. Entonces la muerte de la literatura es como el acceso a lo real mismo", reflexionaba Ricardo Piglia en el transcurso de una entrevista que tuvo en 1998 con Arcadio Díaz Quiñones y sus alumnos de seminario en la Universidad de Princeton.

Y luego agregaba algo que debe ir a contracorriente de la opinión de  la gran mayoría de la gente que conozco, y que aunque no comparto del todo me resulta interesante:

"Por supuesto, estoy en contra de esa posición, en el sentido de que para mí es mucho más interesante la literatura que la vida. Primero porque tiene una forma mucho más elegante, y segundo porque es una experiencia mucho más intensa. Para mí la literatura es una de las experiencias más intensas que conozco".

A la sociedad capitalista le cuesta entender un trabajo tan improductivo como la lectura y la escritura literaria, al menos aquella que escapa a la lógica de la racionalidad lucrativa y se hace sin ningún interés económico. Ese es el motivo por el cual la sociedad trata de matar a la literatura, o convertirla en un negocio, porque no sabe bien qué carajo hacer con ella.

Al respecto, me parece interesante leer este fragmento de "Vindicación de las lonas", de Martín Zariello:



"Mi viejo y su socio son dos trabajadores insaciables. Workaholic crónicos e inconscientes, que heredaron esa pulsión por el sacrificio de padres y abuelos, tanos que nunca fueron jóvenes y levantaron los cimientos originales de este país. Me refiero a gente naturalmente sufrida, que jamás tuvo la oportunidad de tirarse en una cama para leer un libro o mirar el techo para comprender que en el techo no hay nada. Y algo de ese pathos quedó incrustado en la vida de estos personajes de entre 50 y 60 años que con el tiempo se convirtieron en nuestros padres. Cuando un cliente les quiere dar consejos sobre un trabajo y encima parece un poco delicado, dicen: “Éste no agarró una pala en su vida”. Me encanta que dividan al mundo entre los que saben hacer un pozo y los que no. Y me gusta porque para mucha gente es al revés: quienes saben manejar una pala son inferiores, los capos son los genios del lenguaje que a través de su originalidad única escriben o piensan desde la torre de marfil. Para mí están equivocados. La Operación es simple: los intelectuales necesitan a los que saben usar una pala, los que saben usar una pala no necesitan a los intelectuales. Si algún día viene el Juicio Final seguramente Dios no va a decir: “Los justos son los que escriben cosas ingeniosas por twitter, los que mencionan que leyeron a Lacan todos los días por las dudas, los que escriben en blogs sobre David Foster Wallace”. Dios va a salvar a los que saben arreglar persianas, a los que usan un alicate con la destreza de un campeón, a los que colocan bisagras o cerámicos, a los que arreglan caños, a los que tapizan sillas, a los que cosen acoplados con el tamaño del Estadio Azteca, a los que sueldan estructuras de hierro sin máscara y bajo la lluvia.

Es que en caso de existir en el cielo sólo debe haber lugar para los tipos que mueven el mundo. No para quienes lo comentamos".




Ahí tienen dos posturas claramente diferenciadas, la zarielleana y la pigleana (?).

En estos días estuve muy copado releyendo el Fausto de Goethe,  junto con la sugerente lectura que al respecto escribió Marshall Berman en Todo lo sólido se desvanece en el aire: la experiencia de la modernidad. Por si no lo saben, de a poco estoy leyendo la obra completa de Nietzsche (hasta hice un "grupo de estudio" en facebook), y por eso mi idea es aprovechar esas lecturas para irme abriendo a Goethe, Schopenhauer, Kant, la tradición grecolatina y toda la cultura alemana que influyó en el amigo Federico. Esa fue una de las principales motivaciones por las cuales, en su momento, postergué el estudio del danés para darle más duro al alemán. ¿Por qué estoy leyendo la obra completa de Nietzsche? ¡¡Porque me gusta, porque disfruto aprendiendo y porque tengo ganas de compartir lo que aprendo!! Creo que es motivo más que suficiente, ¿no les parece?


La personalidad de Johann W. Goethe (1749-1832) es una de las más fascinantes de la literatura: se abrió al estudio de la antigüedad clásica, estudió medicina -descubrió el hueso intermaxilar-, sedujo y amó a varias mujeres; conoció a Beethoven, a Herder, a Napoleón, a Schiller; estudió la poesía oriental, la Edad Media alemana, lo popular, lo culto, la ciencia y la alquimia. El tipo sabía griego, latín, hebreo y francés, además de alemán. 

Goethe empezó a escribir su Fausto allá por 1770, cuando tenía veintiún años, y lo continuó intermitentemente hasta 1831, un año antes de morir, a la edad de ochenta y tres años.

Les comparto fragmentos del texto con una suerte de refrito a partir de la lectura de Berman. Podría hacer una elaboración más "personal" y "erudita" -cualquiera puede ser "erudito" con ayuda de google y wikipedia-; pero no tengo tanto tiempo como para dedicárselo al blog. Para no complejizar más el posteo, hago mías muchas frases de Berman, sin entrecomillar las citas, porque me siento libre como un gorrión y porque tengo ganas de robar todas las ideas que me sirvan para expresar lo que siento. Como he dicho más de una vez, si no canto lo que siento me voy a morir por dentro.


Desde la invención del Faustbuch de Johan Spiess en 1587, pasando por la Tragical history of Doctor Faustus de Christopher Marlowe, la figura de Fausto ha copado a muchos autores a lo largo del tiempo y en las más variadas geografías. En lo personal, el único que he leído fue el de Goethe, y me parece hermosísimo. Según Berman, la creación de Goethe supera a todas las demás versiones por "la riqueza y profundidad de su perspectiva histórica, por su imaginación moral, su inteligencia política, su sensibilidad y percepción psicológicas". 


Es una obra llena de ideas típicamente "modernas". Recordemos que, según Berman, ser modernos es "encontrarnos en un entorno que nos promete aventuras, poder, alegría, crecimiento, transformación de nosotros y del mundo y que, al mismo tiempo, amenaza con destruir todo lo que tenemos, todo lo que sabemos, todo lo que somos".

Describo algunos pasajes, traducidos del alemán por José María Valverde, y los voy comentando:

En el "Prólogo en el cielo", se da un diálogo entre El Señor y Mefistófeles:

"El señor: ¿Tú conoces a Fausto?

Mefistófeles: "¿El Doctor? (...) Su tormento le impulsa a lo lejano; de su locura, a medias se da cuenta; pide al Cielo los astros más hermosos y a la Tierra los goces más sublimes, pero nada, cercano ni lejano, le sacia el pecho, en honda agitación".

Ya de entrada se describe ese ansia de infinito encerrada en un cuerpo mortal que padecemos, en mayor o menor medida, casi todos nosotros. El Fausto de Goethe expresa y dramatiza el proceso por el cual, a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, hace su aparición un sistema mundial característicamente moderno.

Berman nos recuerda que las encarnaciones anteriores de Fausto habían vendido sus almas a cambio de ciertas cosas buenas de la vida claramente definidas y universalmente anheladas: dinero, sexo, poder sobre los otros, fama y gloria. El Doctor Fausto en la versión de Goethe le dice a Mefisto que sí desea todo eso, pero que esas cosas no son en sí mismas lo que él quiere.

Lo que Fausto quiere para sí es un proceso dinámico que incluya todas las formas de la experiencia humana, tanto la alegría como la desgracia, y que las asimile al crecimiento infinito de su personalidad. 

"Primera parte de la tragedia. De noche. (en una estancia gótica, estrecha y de altas bóvedas. Fausto, intranquilo, en su asiento ante el pupitre.)

Fausto: ¡Ay!, he estudiado ya filosofía, jurisprudencia, medicina, y luego teología también, por mi desgracia, con caluroso esfuerzo, hasta el extremo. Y aquí me veo ahora, pobre loco, y sigo sin saber más que al principio. (...) Claro que soy más sabio que esos necios, teólogos, doctores y escritores; no me afligen escrúpulos ni dudas, ni me dan miedo infierno ni demonio... Pero he perdido toda la alegría; no creo saber nada con sentido, ni supongo poder enseñar nada, ni a nadie mejorar ni convertir. Tampoco tengo bienes ni dinero, ni honor ni distinciones ante el mundo. (...) ¡Ay!, ¿seguiré encerrado en esta cárcel? ¡Agujero maldito en la pared, dondehasta la querida luz delcielo porcristales pintados entra turbia! Encerrado detrás de tanto libro que el polvo cubre y roen los gusanos, y que hasta lo alto de esas altas bóvedas se envuelven en papeles ahumados; cercado de redomas y retortas, atornillado a fuerza de instrumentos, entre trastos de los antepasados... (...) En vez de la Naturaleza viva que infundió Dios al hombre al producirle, te rodean tan sólo el humo, el moho, muertos caparazones y esqueletos. ¡Huye, sal, sal afuera, a la amplia tierra!"


Las palabras de Fausto evocan cierto vitalismo de  Nietzshe, quien no por casualidad inicia su De la utilidad y los inconvenientes de la historia para la vida -segunda de sus Consideraciones Intempestivas- con una cita de Goethe en carta a Schiller: "Por lo demás, detesto todo lo que no hace más que instruirme sin aumentar mi actividad o vivificarla inmediatamente" (carta fechada el 19 de diciembre de 1798). 


Y acá quisiera hacer un paréntesis, ayudado por el muy buen libro de Nicolás González Varela, titulado Nietzsche contra la democracia:


Es paradójico el hecho de que Nietzsche, quien ya en Basilea y como profesor de filología (1869-1879) solía leer entre cinco y siete horas por día, haya escrito un texto semejante al que sigue al final de sus días:

"El docto, que en el fondo no hace ya otra cosa que 'revolver' libros -el filólogo corriente, unos doscientos al día- , acaba por perder íntegra y totalmente la capacidad de pensar por cuenta propia. Si no revuelve libros, no piensa. Cuando piensa responde a un estímulo (un pensamiento leído), al final lo único que hace ya es reaccionar. El docto dedica toda su fuerza a decir sí y a decir no, a la crítica de cosas ya pensadas; él mismo ya no piensa. El instinto de autodefensa se ha reblandecido en él; en caso contrario, se defendería contra los libros. El docto, un 'décadent'. Esto lo he visto yo con mis propios ojos: naturalezas bien dotadas, con una constitución rica y libre, ya a los treinta años 'leídas hasta la ruina', reducidas ya a puras cerillas, a las que es necesario frotar para que den chispas 'pensamiento'-. Muy temprano, al amanecer el día, en la frescura, en la aurora de su fuerza, leer un libro; ¡a esto yo lo califico de vicioso!" (Ecce Homo, "Porqué soy tan listo", 8).

A mí también me han criticado el hecho de en mis posteos pongo demasiadas citas. Tal vez tengan razón, pero imagino que lo seguiré haciendo.

Por el momento dejo de escribir y me dispongo a tomar el bondi para ir a votar, porque hoy son las elecciones presidenciales. 

Me gustaría seguir hablando del Fausto, de Nietzsche, del libro de Nicolás González Varela y de la mar en coche, pero me tengo que ir. ¡¡Lean el Fausto de Goethe que está buenísimo!!

¡Sean felices!