domingo, 19 de abril de 2015

FRAGMENTO CLANDESTINO DEL DIARIO ÍNTIMO DE LILITA CARRIÓ QUE PODRÍA HABER SIDO ESCRITO POR CÉSAR AIRA PERO EN REALIDAD NO

Fulminada por el último resultado electoral, le mandé un mensaje de texto a mi sucesor y le dije que salga a dar la cara por mí, porque “estoy abatida”. Apagué todos los teléfonos, me hice un tilo y me acosté a dormir. El sonido incesante del timbre me liberó del influjo de la "yegua nocturna": "¡qué sueño asqueroso!, ¿y quién carajo puede ser a esta hora?"

La voz que venía del portero eléctrico me tranquilizó: era el Tano Pacman...

Una mezcla de ansiedad y excitación comenzó a hervirme la sangre.

El placer es como el nacimiento o como la muerte, nos ocurre una sola vez, pero al nacimiento lo olvidamos y a la muerte la ignoramos: el placer es ese único instante de éxtasis cuyo recuerdo o ilusión nos mantiene vivos. El resto de la existencia, antes y después, es tan sólo una reflexión al respecto.

Tal vez suene ridículo, pero es así: creemos amar a una sola persona, pero de hecho solamente amamos una chispa en el ápice vertiginoso del tiempo...

Ni bien abrí la puerta, el Tano- sabiendo que estábamos los dos solos- me tomó con ambos brazos y me tiró contra el sillón: de un salto se abalanzó contra mí y me besó los labios con fuerza. Después se fue a la cocina, agarró un frasco y me untó con miel de la cabeza a los pies. Empezó a frotarme el cuerpo haciendo círculos amplios con ambas manos, como Laruso en Karate Kid cuando el señor Miyagui le ordena lustrar los autos. Me pegó un cachetazo:

-"¡¡Gritá Viva Perón hija de puta!! ¡¡Gritá!!"

Yo estaba absolutamente fuera de mí: el placer apenas me cabía en el cuerpo. El Tano despanzurró un almohadón y me cubrió de plumas, que quedaron pegadas a la miel.

- "¡Hacé que sos una gallina! ¡Gritá Jota Jota López! ¡Gritá Aguilar, gritá Aguilar la concha de tu madre! ¡Gritá carajo, dále!... "

Me sentí completamente esclavizada por la lujuria.


- "Bueno, bueno, ya está, basta. ¡¡Ahora cacareá!! ¡¡Hacé que ponés huevos!!"

Como poseída por el espíritu de Labruna y Almeyda, empecé a cacarear a todo volumen, como una gallina a la que un gallo bataraz le picotea la cresta.

- "Ahora decí: ¡pongan huevos, esto es River, pongan huevos! ¿Dónde mierda se creen que están?"

Yo le hacía caso en todo, pese a que el fútbol me parece un deporte de ignaros: prefiero jugar al buraco, y más con el Tano. Cuando ya casi me estaba por quedar sin aire, el Tano me agarró de las mechas y me llevó hasta el baño. A puntapiés me sentó en el inodoro y me apretó la cabeza contra mis propias rodillas. Después me obligó a tomar una ducha fría mientras me daba latigazos en la espalda con su propio cinturón.

Hicimos el amor, nos quedamos dormidos y a la mañana siguiente le llamé un taxi para que se fuera. Me dijo que era la última vez que nos íbamos a ver, que era un hombre casado y que no tenía ganas de poner en riesgo su matrimonio. Se me hizo un nudo en el pecho y no supe bien qué decir. Lo despedí con un beso seco y desganado en la mejilla.


Ni bien se fue prendí la tele, pero tuve que apagarla enseguida. Me tiré boca abajo en la cama, puse la cabeza entre dos almohadones blancos y me largué a llorar hasta quedarme sin lágrimas.

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