viernes, 30 de enero de 2015

CULTURA Y VIDA COTIDIANA

Los grandes artistas suelen aspirar a la trascendencia, padeciendo ese “duro deseo de durar” -le dur désir de durer, al decir de Paul Éluard- , que los impulsa a darlo todo en su afán por legarle al mundo obras de arte perdurables.

Mi vieja, una de las personas que más quiero en el mundo, se ha pasado la vida regalando un amor infinito a su esposo, sus hijos, sus nietos, sus amigos… Ni se me cruza por la mente pensar que su vida, cuando ya no la tenga, habrá sido en vano por no haber dejado obra. Bah, hace un tiempo se le dio por aprender pintura, pero cada cuadro que me fue mostrando era más fiero que el anterior.


La filósofa alemana Hanna Arendt, cuyos estudios antropológicos analizaron las categorías de “trabajo” (work) y “obra” (labor), decía que en la cima de toda actividad humana están los actos. Una vida sin actos, y no una vida sin obras, no podría ser considerada humana, ya que no sería vivida entre seres humanos.

Tenía ganas de escribir este posteo, que es una vindicación de mi vieja (?), para matizar lo que puse hace un tiempo en referencia a la importancia de los clásicos.

Cuenta Todorov que Thomas Jefferson, futuro presidente de los Estados Unidos, se había hecho construir una hermosa mansión en Virginia. Parece ser que el diseño, a cargo del propio Jefferson, permitía evitar toda clase de contacto entre el orden material y el espiritual:

“Sirvientes y cocineros, mujeres y niños no coincidían nunca con los hombres que visitaban al propietario; éstos podían así conversar cómodamente de política, arte o filosofía sin sufrir interrupciones. Incluso la comida les llegaba a la mesa mediante un ingenioso sistema de bandejas giratorias, de modo que los sirvientes no compareciesen nunca ante ellos… Por mi parte, y quizá porque mi educación inicial tuvo lugar en un país desesperadamente plebeyo –aquí Todorov alude a su Bulgaria natal-, yo opto por un ideal de continuidad armoniosa entre lo material y lo espiritual antes que por ese ideal aristocrático que separa lo elevado de lo vulgar”.

Hay filósofos o pensadores que deducen la esencia del arte a partir de unas cuantas obras, condenando al resto a la mediocridad. De esta manera, la poesía, la música, la pintura o el cine canonizados son las que sirven de base a las demás artes. Esta concepción minusvalora el arte indumentario o paisajístico, el caligráfico, la cerámica, la ceremonia del té o el arreglo floral.

“Más lo bello desborda las convenciones: esa tradición romántica y maniquea, que exige que santifiquemos el arte y despreciemos lo cotidiano, es más pobre, en este aspecto, que la tradición del extremo oriente, que descubre belleza en los más humildes gestos, en el modo de envolver un paquete, en el amoblamiento de una estancia, en el arreglo de un jardín o un ramillete”.


Está claro que lo cotidiano puede ser aburrido e incluso atroz. Sin embargo, el elogio de lo cotidiano al que me refiero se relaciona con aceptar la vida en toda su riqueza. Como bien sugiere Todorov:


“(…) el maniqueo privilegia lo espiritual en detrimento de lo material, e incita a valorar al Hombre más que a los hombres, prefiere abstracciones antes que las relaciones particulares entre individuos. El ejemplo quizá más evidente de este tipo de opciones maniqueas, porque en verdad hay muchos, es el rechazo a criar niños, o a otorgarle a esta actividad alguna clase de valor. Quien dice ‘criar niños’ dice, en efecto, al tiempo: no olvidar nunca lo material (la alimentación, la temperatura, la higiene), ni el individuo singular que se tiene ante sí (es inútil soltarle un discurso abstracto sobre la infancia).

Lo contrario del maniqueísmo no consiste en elogiar el cuerpo en detrimento del intelecto, ni en elogiar el intercambio social concreto contra la abstracción, sino en rechazar su aislamiento, y la exclusión de los unos en beneficio de los otros. No es decir por un lado los aristócratas (del pensamiento), y por el otro los esclavos (de la carne), sino anhelar para todos la posibilidad de una vida mental alimentada por el contacto con la materia y la interacción con los demás”.



En fin, hoy tenía ganas de escribir esto, porque pensaba  que tanta sobredosis de George Steiner no me puede hacer olvidar la actividad esencial de personas que no serán Ludwig van Beethoven o Friedrich Nietzsche, pero son como mi vieja, y eso para mí es decir muchísimo.

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