jueves, 25 de diciembre de 2014

¿PARA QUÉ ESTUDIO DANÉS? PARA LEER A SØREN KIERKEGAARD

Apenas saben que estoy estudiando danés, muchos me preguntan para qué aprender una lengua tan poco hablada. A despecho de que pueda existir cierto esnobismo en mi decisión -creo que no, pero uno no suele ser buen juez de sí mismo- ; la razón principal es que aspiro a leer la obra de Søren Kierkegaard en su idioma original.

A menudo la vida se parece a una suerte de escenario en el que somos arrojados más allá de nuestra voluntad, obligados a intervenir en una trama que apenas conocemos. No tenemos un guión en el que ampararnos, y no siempre intuimos lo que los demás actores esperan de nosotros.

“Life's but a walking shadow, a poor player, that struts and frets his hour upon the stage, and then is heard no more. It is a tale told by an idiot, full of sound and fury, signifying nothing”. (Shakespeare, Macbeth Act 5, scene 5, 19–28)

En el orden social, Kierkegaard (1813-1855) fue uno de los primeros en darse cuenta del peligro de despersonalización que se encierra en la creciente tendencia a la masificación y el anonimato de la sociedad moderna. Por cobardía ante el riesgo que supone la existencia personal, los hombres nos refugiamos en el anonimato de la multitud. Demasiado débiles para ser “alguien” por sí mismos, buscamos ser “algo” por el número.

A diferencia de lo que nos pasa a los seres humanos, los animales están preparados particularmente para hacer muy bien alguna cosa específica: el delfín puede nadar a gran velocidad, pero su cuerpo no le permite desplazarse en tierra; las patas del elefante le permiten sostener su enorme peso, pero son inútiles para tocar el piano. Algunos animales tienen muy buena vista, o son veloces, o son capaces de cazar o hacer agujeros en el suelo. Por eso, cuando el ecosistema cambia bruscamente, ellos tienen mucha menor capacidad de adaptación que nosotros.

Nuestro brazo nos permite trepar, pero nada comparable al mono; podemos dar un golpe, pero sin la fuerza o la capacidad de daño de un león o un oso; podemos nadar, pero incomparablemente peor que un delfín o una foca. Sin embargo, podemos hacer todas esas cosas y además tocar el piano, jugar al tenis, correr una maratón, señalar la luna, diseñar el plano de un edificio, sostener un libro de Luis Majul (?), acariciar a un niño o pintar un cuadro.

Somos lo que decidimos ser. Por eso la existencia presupone la decisión por la que el hombre toma íntegramente su destino en sus propias manos. El hombre, como bien vio Sartre, está “condenado a ser libre”. Está condenado porque no fue él mismo quien se creó, y sin embargo es libre porque una vez arrojado al mundo, es responsable de sus actos.

Nuestra vida no se parece a la de una planta, cuyo futuro está ya “escrito” en la semilla; el hombre es el demiurgo de su porvenir; es aquello que proyecta ser. Eso no implica afirmar la obvia pelotudez de que resulta indiferente nacer en una villa miseria que en una cuna de oro. El entorno nos condiciona, pero nunca nos determina por completo. Dentro de las situaciones diversas que nos toca atravesar, estamos permanentemente obligados a elegir. Esa libertad es la que nos provoca “angustia”.

Pues bien, justamente Kierkegaard nos enseñó a distinguir entre “angustia” y “miedo”. El miedo surge ante el peligro o la amenaza de perder un bien particular y concreto. En la angustia, en cambio, no es algo particular lo que está amenazado, sino todo, la totalidad del hombre, su misma existencia que se manifiesta como expuesta a la nada. La angustia es una experiencia no física sino “meta-física”. La angustia siempre se corresponde con la nada. Por eso el lenguaje corriente habla de “angustiarse por nada”. La angustia no ocurre por algo externo, sino que el hombre mismo es fuente de su propia angustia. La angustia está ligada a lo que el individuo no es, pero puede llegar a ser. Por eso la angustia se dirige al futuro, como posibilidad de la libertad, y no al pasado. Lo posible y lo futuro están íntimamente relacionados. Cuando nos angustiamos por un hecho pasado lo hacemos en tanto tememos que algo malo vuelva a ocurrir. Uno puede arrepentirse de un hecho pasado, pero siempre se angustia hacia el futuro.

Me apuro a escribir que el individualismo de Kierkegaard tiene poco que ver con el egoísmo consumista que predica la mayor parte de la publicidad masiva, ni con hacer lo que se te canta sin que te importe el prójimo.

Se dice que Kierkegaard era un gran escritor, un gran estilista de la lengua danesa. Podemos apreciar su talento en una buena traducción, pero en cierto modo la poesía no se traduce, porque la música no se traduce.



Una de las diferencias abismales que me separan del autor de Temor y temblor radica en que soy agnóstico, y que defiendo una actitud más alegre y relajada ante la vida. Sin embargo, el fenómeno religioso me interesa, porque creo que forma una parte importante de nuestra cultura.  No soy muy original en mi creencia de que los seres humanos creen en Dios porque no soportan la idea de su propia muerte, ni la de sus seres queridos. El sol, como la muerte, no se puede mirar fijamente.

sábado, 13 de diciembre de 2014

EL MEJOR POEMA DE LA TELEVISIÓN ARGENTINA



Aquí se puede apreciar una de las escenas de amor más logradas de la historia de la televisión argentina. Un duelo actoral de la reputísima madre que lo parió.



La escena da cuenta del amor no correspondido entre "La Isa" -Marcela Klosterboer- y "Segundo" -Mariano "Imito el acento marginal re bien" Martínez-. El corazón de alcaucil, el clímax de semejante obra de arte comienza a partir de los 2 minutos 7 segundos:



Klosterbóster le dice: “dále, sigamos con la clase (?)”. De más está decir que hasta ese momento eran dos nabos hablando gansadas en el auto, con lo cual no sé a qué clase se referirá... uno imagina que aprendían castellano en el asiento delantero, lugar bastante incómodo para leer y escribir.



Y luego viene la mejor parte: el personaje de Klosterbóster le pregunta a "Second" si preparó la composición que le pidió; él le contesta que sí, y ella le pide que se la lea, para que practique su oralidad. Nuestro héroe toma coraje y decide confesarle su amor a través de la lectura de un poema propio:



“É rubia ella, y linda…y me ayuda mucho;

porque é buena ella, y todo lo que toca, cambia de coló.

Y tiene un corazón grande ella, y hace latí el mío…

más fuerte; cuando etámo cerca.



No lo sabe ella, pero la amo yo”.





Y la remata con un: “só vó ella, Isa”...



Más allá de que en la televisión, todos los personajes suelen ser más estúpidos de lo necesario, pesa una fatalidad sobre el costumbrismo: al prescindir de una idea de composición de lenguajes, se recurre a dialectos supuestamente marginales o regionales que no son trabajados por el talento del guionista. Describir a un tigre llenando la página de rugidos no tiene mucho sentido. El exceso de mímesis revela falta de imaginación y de invención.



En fin, ¿qué estará haciendo el guionista en este momento, mientras yo me deformo la espalda en la mesa de entradas de Tribunales?

EL DELIVERY DE OFICINA



Pedir empanadas en la oficina es complicado. Yo solía organizar los pedidos: confeccionaba una planilla de excel y se la enviaba por mail a todos, para que elijan libremente. Luego recopilaba y clasificaba la información con nombre, gustos y costo a pagar. Lo usual era anotar con rayitas, como en el truco. Después me iba a coquetear con la recepcionista para que haga el pedido (estaba buenísima la recepcionista, y me miraba con cara de “uh, otra vez el nabo éste que se hace el que organiza para venir a darme charla”).

Además me ocupaba de juntar la guita escritorio por escritorio, entendiendo que siempre hay quien come media empanada y quien come 23. He sido muy bien criado y tengo una noción alta de la justicia,  por lo cual nunca estuve de acuerdo con pagar a la romana, perjudicando a quien menos tiene. Es entendible también que a veces alguno anda medio flojo de bolsillo, como Juancito, entonces yo cargaba 1 pesito más a la cuenta de los “ricos” que se pedían media docena y compraba alguna que otra para que sobren y al final poder decir "uh, se equivocaron, quedátela vos Juancito, que ya todos agarraron las suyas"...y Juancito podía comer una extra a pesar de que él había jurado que pedía pocas porque justo había empezado un régimen (“Juancito, vos pesás 46 quilos y medís un metro noventa, ¿para qué hacés régimen si casi no arrojás sombra porque los rayos del sol esquivan tu silueta?”).

Y pese a todo era feliz. Me gustaba quedarme en la oficina a juntar las sobras, para que los jefes no se quejaran de que estaba todo sucio. Sí, yo fui feliz... Me sentía protagonista de la vida diaria, asumiendo la responsabilidad, tomando decisiones, agarrando fuertemente las riendas de mi propio destino. Enfrentando situaciones, poniéndole el pecho a las balas cuando la cuenta no da, o cuando falta una, o cuando se quejan del olor que quedó en la sala de reuniones (búnker del delivery). Hasta me preocupaba por abrir la ventana primero, ventilando el ambiente para evitar las protestas. La contraseña era: “reunión de avance en la sala grande a las 2 pm”...

Después la vida me fue golpeando un poco. Entendí que a menudo la gente es una mierda. Empecé a mirar lo que antes no miraba, comencé a prestar atención: a ver cómo Pablito se hacía sistemáticamente el boludo para comer de más; al que no garpaba.....al que pedía una y comía dos......el que nunca juntaba......el rata......el sucio que dejaba todo tirado y jamás lavaba un plato ni limpiaba la mesa.. a las minitas que pedían las variedades más exóticas para complicar, para darse corte: “¡Ay, ¿vas a pedir?.. yo quiero berberechos meditárraneos con algas verdes al vapor y huevos de bacalao depilado al carbón”… ¡hacé el pedido vos, hija de puta! Y uno, que ya tiene experiencia, termina tirando “dos de carne”.. como para compensar. Siempre es uno el que afloja.

Yo organizaba, pero no organizo más. La vida te va desgastando, te das cuenta que tenés ganas de comer empanadas pero ya no pedís....mirás a los costados pero agachás la cabeza....y ya no pedís.......y lo peor es que la gente se olvida, enseguida se olvidan y ya nadie dice “che, ¿qué pasa con Rodri que no pide más empanadas ni llama al delivery?”. Porque la gente se malacostumbra, y en lugar de notar nuestro esfuerzo lo tiende a considerar un derecho adquirido.

Porque la gente no tiene memoria, cada uno se mete en lo suyo y es indiferente....¿y si necesitaba ayuda? ¿Y si Rodri quería organizar para sentirse importante o querido?

Nadie se te acerca, nadie te da una mano, todos se hacen los giles para pagar y luego agarran una de más…

Uno se vuelve otro, se queda en el molde. Si los demás tienen hambre y quieren delivery que hagan el esfuerzo y pidan, que se hagan mala sangre, que la peleen.. yo ya no organizo más.

Cuando me consultan por gustos, pido siempre lo mismo, 2 de carne........porque sé que hay gente que pide con hambre, con ojo grueso y después no come, ¡¡la vida me enseñó!! Entonces gasto poco y me quedo hasta el final.....para comer gratis..... ya no junto la guita, si me la vienen a pedir se las doy....si no, me hago el otario y que saquen cuentas hasta que adviertan que me faltaba pagar a mí: siempre hay un buenudo -como solía ser yo- que pone extra para evitar el quilombo y que la gente la pase mal....entonces garpa él y quizá, con suerte, termino zafando...




Ahora dejo todo tirado.....como, chupo y apenas me limpio la barba si quedan restos… ya no coqueteo (porque me di cuenta de que los resoplidos de la recepcionista eran una señal clara de que apenas soporta mi presencia)… y salgo de la cocina siempre penúltimo, para no apagar la luz y para no juntar. ¡Que junten los otros, los jóvenes, los "pilas"!

Ya no soy feliz, y a veces pienso que cada experiencia acumulada que adquiero la termino aplicando para hacer el mal Me doy cuenta que la rueda de la vida da vueltas y vueltas y más vueltas, y que uno se transforma en ese ser detestable que otrora odiaba.  ¡Es así viejo! Uno cae en esa inercia y empieza a pensar como si fuera otro. Uno sabe en su interior lo que es bueno, pero elige la fácil, la perjudicial para el prójimo. Tal vez uno, interiormente, sigue siendo el mismo -o no, vaya uno a saber: el río del tiempo, el eterno dilema Parménides/Heráclito de la permanencia en el cambio. Lo concreto es que ahora, antes de tomar una decisión, la pienso mil veces. La medito aplicando toda esa sarta de mecanismos de pensamiento que aprendí a puro cachetazo, y ya no reacciono con el corazón, ya dejé de ser espontáneo: reacciono con la cabeza, y me quedo pensando: “¿a dónde quedaron los buenos sentimientos?”, ¿quién fui, quién soy? ¿Cómo es que llegué a ser tan cínico y oportunista?”

CUANDO LLEGA EL DELIVERY DE EMPANADAS



Se ha dicho que el mundo se divide en: 1) los que apenas llega el delivery agarran las empanadas que ellos pidieron, poniendo todas “las suyas” en el plato como si fueran perros; y 2) los que van viendo sobre la marcha, probando un poco de todo, sin preocuparse por qué pidió cada uno. Se alega además que los segundos suelen odiar a muerte a los primeros.

Sin ánimo de ser exhaustivo, se me ocurre agregar algunas de las siguientes variantes:

Están los obsesivos hiper-estructurados que tratan de interpretar los 78 ideogramas chinos que se corresponden con: “carne cortada a cuchillo”, “humita”, “humita del litoral tucumano andino bonaerense”, “carne cortada con tijera”, “carne suave”, “carne re picante boló tené cuidado”, “jamón y queso”, “queso y cebolla”, “¡quesó, angurriento?!”…

El matemático/metódico/ordenado/obsesivo/hermeneuta-de-la-papeleta-que-viene-dentro-de-la-caja se suele enfocar en el más despreocupado –cuyo método expeditivo se basa más bien en la "exploración por ensayo y error”- y lanzarle un: “¡Qué pediste pelotudo! ¡Las de carne son esas que tienen el repulgue ondulado y la marquita en el medio!”.

Jamás faltan los que meten los garfios para entrever el contenido de la empanada. Una variante de este tipo de ansiosos la constituye el que mastica sin esperar a que se enfríe: ahí nomás suelen proferir insultos en arameo hacia los cuatro puntos cardinales. Incluso, al apagar el fuego que de improviso les invade la tráquea y los pulmones, se suelen atragantar con la mezcla de gaseosa/cerveza/vino y empanada a medio masticar, con lo cual terminan por escupir y toser durante ocho o nueve minutos seguidos.

Otra variante, extremadamente impopular, es la del que pega el tarascón cual tiburón blanco y luego –al anoticiarse de que “¡uh, la pucha, este gusto no era el que pedí”- se hace el otario y la deja a un costado. Como es de esperar, si alguno lo cacha en falta le salta inmediatamente a la yugular exclamando: “¡¡ahora te la comés la conchitumá!!”. Resulta obvio agregar que en este caso estaríamos en presencia de un “sin códigos”.

El consumidor-madre (que puede o no serlo): corta las empanadas en dos o en tres pedazos, para que a) se vayan enfriando y nadie se queme; b) facilitar la discriminación del contenido; c) favorecer el abandono de un pedacito de empanada libre de saliva fresca, que eventualmente puede servir para que el satisfecho se lo done al famélico de turno.

Tampoco faltan los violentos que -sin darte tiempo ni a pestañar, y viéndote un tanto dubitativo- te tiran: “¡si ya la mordiste es tuya pedazo de lksd aslb aslba bldpaor!”, anticipándose a la posibilidad de que seas un “sin códigos”.

Está el que muerde una y se entera al toque de que no era el relleno que pidió, cuyo hambre y desesperación lo llevan a seguir desgarrando y deglutiendo la presa. Este tipo de personas suelen ocasionar disturbios cuando quedan pocas en la caja (salvo que se hayan pedido varias docenas de más, lo que es muuuuuy infrecuente).

Párrafo aparte para el “delivey bajón”: ahí ya todo es una anarquía total, un desbande de brazos, tenedores, puñetazos y empujones. Una bellum omnium contra omnes /”the war of all against all”, un hobbesiano estado-de-naturaleza-sálvese-quien- pueda donde la excepción se torna regla.

Finalizando, están las personas serviciales que se preocupan por tender la mesa, porque todos tengan ubicación. Espíritus humanitarios quienes, sin importar su grado de hambre, jamás manotean primero, aguardando con paciencia a que les llegue su turno. En mi opinión, esta clase de personas son extremadamente difíciles de hallar y, como los dinosaurios o los mastodontes, se diría que conforman una raza extinta.