sábado, 13 de diciembre de 2014

EL DELIVERY DE OFICINA



Pedir empanadas en la oficina es complicado. Yo solía organizar los pedidos: confeccionaba una planilla de excel y se la enviaba por mail a todos, para que elijan libremente. Luego recopilaba y clasificaba la información con nombre, gustos y costo a pagar. Lo usual era anotar con rayitas, como en el truco. Después me iba a coquetear con la recepcionista para que haga el pedido (estaba buenísima la recepcionista, y me miraba con cara de “uh, otra vez el nabo éste que se hace el que organiza para venir a darme charla”).

Además me ocupaba de juntar la guita escritorio por escritorio, entendiendo que siempre hay quien come media empanada y quien come 23. He sido muy bien criado y tengo una noción alta de la justicia,  por lo cual nunca estuve de acuerdo con pagar a la romana, perjudicando a quien menos tiene. Es entendible también que a veces alguno anda medio flojo de bolsillo, como Juancito, entonces yo cargaba 1 pesito más a la cuenta de los “ricos” que se pedían media docena y compraba alguna que otra para que sobren y al final poder decir "uh, se equivocaron, quedátela vos Juancito, que ya todos agarraron las suyas"...y Juancito podía comer una extra a pesar de que él había jurado que pedía pocas porque justo había empezado un régimen (“Juancito, vos pesás 46 quilos y medís un metro noventa, ¿para qué hacés régimen si casi no arrojás sombra porque los rayos del sol esquivan tu silueta?”).

Y pese a todo era feliz. Me gustaba quedarme en la oficina a juntar las sobras, para que los jefes no se quejaran de que estaba todo sucio. Sí, yo fui feliz... Me sentía protagonista de la vida diaria, asumiendo la responsabilidad, tomando decisiones, agarrando fuertemente las riendas de mi propio destino. Enfrentando situaciones, poniéndole el pecho a las balas cuando la cuenta no da, o cuando falta una, o cuando se quejan del olor que quedó en la sala de reuniones (búnker del delivery). Hasta me preocupaba por abrir la ventana primero, ventilando el ambiente para evitar las protestas. La contraseña era: “reunión de avance en la sala grande a las 2 pm”...

Después la vida me fue golpeando un poco. Entendí que a menudo la gente es una mierda. Empecé a mirar lo que antes no miraba, comencé a prestar atención: a ver cómo Pablito se hacía sistemáticamente el boludo para comer de más; al que no garpaba.....al que pedía una y comía dos......el que nunca juntaba......el rata......el sucio que dejaba todo tirado y jamás lavaba un plato ni limpiaba la mesa.. a las minitas que pedían las variedades más exóticas para complicar, para darse corte: “¡Ay, ¿vas a pedir?.. yo quiero berberechos meditárraneos con algas verdes al vapor y huevos de bacalao depilado al carbón”… ¡hacé el pedido vos, hija de puta! Y uno, que ya tiene experiencia, termina tirando “dos de carne”.. como para compensar. Siempre es uno el que afloja.

Yo organizaba, pero no organizo más. La vida te va desgastando, te das cuenta que tenés ganas de comer empanadas pero ya no pedís....mirás a los costados pero agachás la cabeza....y ya no pedís.......y lo peor es que la gente se olvida, enseguida se olvidan y ya nadie dice “che, ¿qué pasa con Rodri que no pide más empanadas ni llama al delivery?”. Porque la gente se malacostumbra, y en lugar de notar nuestro esfuerzo lo tiende a considerar un derecho adquirido.

Porque la gente no tiene memoria, cada uno se mete en lo suyo y es indiferente....¿y si necesitaba ayuda? ¿Y si Rodri quería organizar para sentirse importante o querido?

Nadie se te acerca, nadie te da una mano, todos se hacen los giles para pagar y luego agarran una de más…

Uno se vuelve otro, se queda en el molde. Si los demás tienen hambre y quieren delivery que hagan el esfuerzo y pidan, que se hagan mala sangre, que la peleen.. yo ya no organizo más.

Cuando me consultan por gustos, pido siempre lo mismo, 2 de carne........porque sé que hay gente que pide con hambre, con ojo grueso y después no come, ¡¡la vida me enseñó!! Entonces gasto poco y me quedo hasta el final.....para comer gratis..... ya no junto la guita, si me la vienen a pedir se las doy....si no, me hago el otario y que saquen cuentas hasta que adviertan que me faltaba pagar a mí: siempre hay un buenudo -como solía ser yo- que pone extra para evitar el quilombo y que la gente la pase mal....entonces garpa él y quizá, con suerte, termino zafando...




Ahora dejo todo tirado.....como, chupo y apenas me limpio la barba si quedan restos… ya no coqueteo (porque me di cuenta de que los resoplidos de la recepcionista eran una señal clara de que apenas soporta mi presencia)… y salgo de la cocina siempre penúltimo, para no apagar la luz y para no juntar. ¡Que junten los otros, los jóvenes, los "pilas"!

Ya no soy feliz, y a veces pienso que cada experiencia acumulada que adquiero la termino aplicando para hacer el mal Me doy cuenta que la rueda de la vida da vueltas y vueltas y más vueltas, y que uno se transforma en ese ser detestable que otrora odiaba.  ¡Es así viejo! Uno cae en esa inercia y empieza a pensar como si fuera otro. Uno sabe en su interior lo que es bueno, pero elige la fácil, la perjudicial para el prójimo. Tal vez uno, interiormente, sigue siendo el mismo -o no, vaya uno a saber: el río del tiempo, el eterno dilema Parménides/Heráclito de la permanencia en el cambio. Lo concreto es que ahora, antes de tomar una decisión, la pienso mil veces. La medito aplicando toda esa sarta de mecanismos de pensamiento que aprendí a puro cachetazo, y ya no reacciono con el corazón, ya dejé de ser espontáneo: reacciono con la cabeza, y me quedo pensando: “¿a dónde quedaron los buenos sentimientos?”, ¿quién fui, quién soy? ¿Cómo es que llegué a ser tan cínico y oportunista?”

No hay comentarios.:

Publicar un comentario