miércoles, 15 de octubre de 2014

¿PARA QUÉ SIRVE LEER FILOSOFÍA?

Cuando nos olvidamos por completo de que la vida suele ser una mierda -porque el día está soleado, porque estamos enamorados y somos correspondidos, porque es viernes a la noche, porque ganó Boca y/o porque inexplicablemente ningún cristiano se apersonó a la mesa de entradas de Tribunales a rompernos las pelotas con un cheque urgente que no está en letra - la filosofía no tiene mayor importancia. La respuesta se cae de madura: cuando estamos felices no filosofamos, no le pedimos peras al olmo ni explicaciones al mundo; sencillamente disfrutamos de nuestra felicidad.

Sin embargo, ninguno de nosotros soportaría una sucesión infinita de momentos felices; entre otras cosas porque la felicidad humana surge del contraste con momentos tristes, aburridos o triviales. La vida moderna nos da unos seis o siete minutos de felicidad por año. ¿Y qué hacemos el resto del tiempo? Hacemos cosas trascendentes como sacarle fotos al espejo para subirlas al perfil de Facebook, empezar el gimnasio para enseguida dejarlo, mirar a Tinelli o votar a Lilita Carrió… Y también, claro está, nos damos tiempo para filosofar.

EL ORIGEN DEL FILOSOFAR

A pesar de la ansiedad y el barullo cotidiano, es inevitable que, en algún momento de nuestra existencia, nos preguntemos por el sentido de haber venido al mundo: ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? ¿Existe Dios? ¿Qué sentido tiene envejecer y morir? ¿Para qué sirve el dolor? ¿Cuánto falta para llegar?, ¡quiero ir al baño! ¿Por qué existe el ser y no más bien nada? ¿Qué hago mirando jugar a Boca, si son once pollos sin cabeza que no saben para dónde agarrar?

En la modernidad, los deseos suelen ser mucho mayores que los medios de satisfacerlos: “es linda, pero medio pelotuda”; “son pocas horas, pero pagan una miseria”; “pagan bien, pero te exprimen hasta el agotamiento”; “está rico, pero engorda”; “es linda, simpática e inteligente, pero ni borracha me da pelota”. En definitiva, siempre nos faltan cinco para el peso.

Lo que torpemente estoy tratando de decir, indiferente lector -que a esta altura ya te habrás ido- , es que la filosofía, como la religión o el arte, surge de nuestra insatisfacción, de nuestro carácter de seres mortales, “crudos”, a medio hacer. Si fuéramos eternos y omnipotentes no hubiéramos creado la música, ni las artes, y tampoco existiría la filosofía. Debemos admitir además que la filosofía, por lo común, no sólo no nos tranquiliza, sino que nos suele llenar de incertidumbre. Pero es una incertidumbre vital, incluso necesaria.

El filósofo alemán Karl Jaspers dice que el origen del filosofar es múltiple: 

“Del asombro sale la pregunta y el conocimiento; de la duda acerca de lo conocido el examen crítico y la clara certeza; y de la conmoción del hombre y de la conciencia de estar perdido la cuestión [acerca] de sí mismo”.


EL SABER COTIDIANO, LA CIENCIA Y LA FILOSOFÍA

A diferencia del periodismo, que está en permanente estado de respuesta, la filosofía se cuestiona todo: los valores dominantes, el dolor, el placer, la moral, el conocimiento, el sentido del ser... El conocimiento práctico debe ser necesariamente útil: si subimos a un bondi, sabemos que al tocar el timbre le estamos avisando al chofer que debe detenerse en la parada correspondiente; si nos llega una factura, sabemos que no pagarla acarrea una sanción, y así. La filosofía, en cambio, es un conocimiento inútil. La actitud de los filósofos es la puerilidad. Somos pueriles cuando somos ingenuos, cuando somos curiosos como los niños, cuando estamos abiertos a la escucha del mundo.

Otra de las maneras de comprender mejor qué cuernos es la filosofía, es compararla con la ciencia. El terreno científico está inmerso en la corriente del progreso, en cambio en filosofía –al igual que ocurre con el arte- no cabe hablar de progreso, al menos no en el mismo sentido. Una obra de arte realmente lograda no envejece nunca. El sujeto, a través del tiempo, podrá apreciar de manera diferente el impacto que esa obra le produce en lo personal, pero nadie diría que la música de Beethoven significa un progreso respecto de la de Mozart, que Dalí es mejor que Miguel Ángel o que la obra de Kant implica una superación del platonismo. Aún hoy, y seguramente mañana, la humanidad seguirá estudiando las grandes obras de Aristóteles, Platón, Kant o Nietzsche.

Otra diferencia es que en la ciencia no existe pregunta por el sentido. Un médico, en tanto que médico, debe tratar de aplicar una técnica para encontrar una cura, pero no puede decirle a su paciente si la vida vale o no la pena de ser vivida. Los científicos, más que interpretar la realidad, lo que hacen es tratar de manipularla. Me dirán: para incidir sobre la realidad hay que conocerla. Ok, lo que intento sugerir es que la racionalidad científica es instrumental, no busca razones últimas, metafísicas.


LOS COMIENZOS DE LA FILOSOFÍA EN GRECIA

En los orígenes griegos, se dice que la filosofía debe entenderse como el pasaje progresivo del “mito” al “logos”: de explicaciones arbitrarias y tradicionales, el hombre pasa a otras más lógicas y razonadas. Se trata de un proceso histórico que se da en forma paulatina, por eso es que el mismísimo Platón, al igual que Caruso Lombardi, se sirve de las explicaciones míticas para ilustrar algunos de sus argumentos.

Los mitos son relatos fabulosos que dan respuesta a cuestiones que inquietan a los seres humanos. Los mitos griegos, por ejemplo, explican el origen del cosmos, cuándo fue creada la primera mujer, la invención del fuego, el origen del mal… En general, las desgracias míticas se relacionan con caprichos, enojos o castigos divinos. En el relato mítico pueden convivir explicaciones diversas, incluso incompatibles entre sí. Tomemos el ejemplo de Afrodita, la diosa del Deseo: algunos afirman que surgió de la espuma que rodeaba los genitales de Urano cuando Crono los arrojó al mar. Otros dicen que Zeus la engendró en Dione, y que es hija, bien de Océano y la ninfa marina Tetis, o bien de Aire y Tierra.

En el “logos”, en cambio, las explicaciones diferentes no son compatibles. El término “logos” no tiene una equivalencia exacta en castellano, pero se puede traducir como “orden”, “palabra”, “ley”, “discurso”, “razón”. Explicar el mundo a través del logos es creer que el cosmos sigue un orden, una ley, que puede ser conocida por el hombre a través de la razón, y la puedo explicar sirviéndome del lenguaje.

Los primeros filósofos griegos nacieron en Jonia, no en Atenas. Eran tipos que estaban en contacto con viajeros de Oriente: veían camellos, pirámides, escuchaban historias. El quía que pasa por ser el primer filósofo se llamó Tales, y fue quien dijo que el origen del cosmos estaba relacionado con el agua, mal que le pese a más de un hippie (?).



Otro día sigo, ahora no tengo tiempo. ¡Sean felices!

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