Cuando nos olvidamos
por completo de que la vida suele ser una mierda -porque el día está soleado,
porque estamos enamorados y somos correspondidos, porque es viernes a la noche,
porque ganó Boca y/o porque inexplicablemente ningún cristiano se apersonó a la
mesa de entradas de Tribunales a rompernos las pelotas con un cheque urgente
que no está en letra - la filosofía no tiene mayor importancia. La respuesta se
cae de madura: cuando estamos felices no filosofamos, no le pedimos peras al
olmo ni explicaciones al mundo; sencillamente disfrutamos de nuestra felicidad.
Sin embargo, ninguno
de nosotros soportaría una sucesión infinita de momentos felices; entre otras
cosas porque la felicidad humana surge del contraste con momentos tristes,
aburridos o triviales. La vida moderna nos da unos seis o siete minutos de
felicidad por año. ¿Y qué hacemos el resto del tiempo? Hacemos cosas
trascendentes como sacarle fotos al espejo para subirlas al perfil de Facebook,
empezar el gimnasio para enseguida dejarlo, mirar a Tinelli o votar a Lilita
Carrió… Y también, claro está, nos damos tiempo para filosofar.
EL ORIGEN DEL
FILOSOFAR
A pesar de la
ansiedad y el barullo cotidiano, es inevitable que, en algún momento de nuestra
existencia, nos preguntemos por el sentido de haber venido al mundo: ¿De dónde
venimos? ¿A dónde vamos? ¿Existe Dios? ¿Qué sentido tiene envejecer y morir?
¿Para qué sirve el dolor? ¿Cuánto falta para llegar?, ¡quiero ir al baño! ¿Por
qué existe el ser y no más bien nada? ¿Qué hago mirando jugar a Boca, si son
once pollos sin cabeza que no saben para dónde agarrar?
En la modernidad,
los deseos suelen ser mucho mayores que los medios de satisfacerlos: “es linda,
pero medio pelotuda”; “son pocas horas, pero pagan una miseria”; “pagan bien,
pero te exprimen hasta el agotamiento”; “está rico, pero engorda”; “es linda,
simpática e inteligente, pero ni borracha me da pelota”. En definitiva, siempre
nos faltan cinco para el peso.
Lo que torpemente
estoy tratando de decir, indiferente lector -que a esta altura ya te habrás
ido- , es que la filosofía, como la religión o el arte, surge de nuestra
insatisfacción, de nuestro carácter de seres mortales, “crudos”, a medio hacer.
Si fuéramos eternos y omnipotentes no hubiéramos creado la música, ni las
artes, y tampoco existiría la filosofía. Debemos admitir además que la
filosofía, por lo común, no sólo no nos tranquiliza, sino que nos suele llenar
de incertidumbre. Pero es una incertidumbre vital, incluso necesaria.
El filósofo alemán
Karl Jaspers dice que el origen del filosofar es múltiple:
“Del asombro sale la
pregunta y el conocimiento; de la duda acerca de lo conocido el examen crítico
y la clara certeza; y de la conmoción del hombre y de la conciencia de estar
perdido la cuestión [acerca] de sí mismo”.
EL SABER COTIDIANO,
LA CIENCIA Y LA FILOSOFÍA
A diferencia del
periodismo, que está en permanente estado de respuesta, la filosofía se
cuestiona todo: los valores dominantes, el dolor, el placer, la moral, el
conocimiento, el sentido del ser... El conocimiento práctico debe ser necesariamente
útil: si subimos a un bondi, sabemos que al tocar el timbre le estamos avisando
al chofer que debe detenerse en la parada correspondiente; si nos llega una
factura, sabemos que no pagarla acarrea una sanción, y así. La filosofía, en
cambio, es un conocimiento inútil. La actitud de los filósofos es la
puerilidad. Somos pueriles cuando somos ingenuos, cuando somos curiosos como
los niños, cuando estamos abiertos a la escucha del mundo.
Otra de las maneras
de comprender mejor qué cuernos es la filosofía, es compararla con la ciencia.
El terreno científico está inmerso en la corriente del progreso, en cambio en
filosofía –al igual que ocurre con el arte- no cabe hablar de progreso, al
menos no en el mismo sentido. Una obra de arte realmente lograda no envejece
nunca. El sujeto, a través del tiempo, podrá apreciar de manera diferente el
impacto que esa obra le produce en lo personal, pero nadie diría que la música
de Beethoven significa un progreso respecto de la de Mozart, que Dalí es mejor
que Miguel Ángel o que la obra de Kant implica una superación del platonismo.
Aún hoy, y seguramente mañana, la humanidad seguirá estudiando las grandes
obras de Aristóteles, Platón, Kant o Nietzsche.
Otra diferencia es
que en la ciencia no existe pregunta por el sentido. Un médico, en tanto que
médico, debe tratar de aplicar una técnica para encontrar una cura, pero no
puede decirle a su paciente si la vida vale o no la pena de ser vivida. Los
científicos, más que interpretar la realidad, lo que hacen es tratar de
manipularla. Me dirán: para incidir sobre la realidad hay que conocerla. Ok, lo
que intento sugerir es que la racionalidad científica es instrumental, no busca
razones últimas, metafísicas.
LOS COMIENZOS DE LA
FILOSOFÍA EN GRECIA
En los orígenes
griegos, se dice que la filosofía debe entenderse como el pasaje progresivo del
“mito” al “logos”: de explicaciones arbitrarias y tradicionales, el hombre pasa
a otras más lógicas y razonadas. Se trata de un proceso histórico que se da en
forma paulatina, por eso es que el mismísimo Platón, al igual que Caruso
Lombardi, se sirve de las explicaciones míticas para ilustrar algunos de sus
argumentos.
Los mitos son
relatos fabulosos que dan respuesta a cuestiones que inquietan a los seres
humanos. Los mitos griegos, por ejemplo, explican el origen del cosmos, cuándo
fue creada la primera mujer, la invención del fuego, el origen del mal… En
general, las desgracias míticas se relacionan con caprichos, enojos o castigos
divinos. En el relato mítico pueden convivir explicaciones diversas, incluso
incompatibles entre sí. Tomemos el ejemplo de Afrodita, la diosa del Deseo:
algunos afirman que surgió de la espuma que rodeaba los genitales de Urano
cuando Crono los arrojó al mar. Otros dicen que Zeus la engendró en Dione, y que
es hija, bien de Océano y la ninfa marina Tetis, o bien de Aire y Tierra.
En el “logos”, en
cambio, las explicaciones diferentes no son compatibles. El término “logos” no
tiene una equivalencia exacta en castellano, pero se puede traducir como
“orden”, “palabra”, “ley”, “discurso”, “razón”. Explicar el mundo a través del
logos es creer que el cosmos sigue un orden, una ley, que puede ser conocida
por el hombre a través de la razón, y la puedo explicar sirviéndome del
lenguaje.
Los primeros
filósofos griegos nacieron en Jonia, no en Atenas. Eran tipos que estaban en
contacto con viajeros de Oriente: veían camellos, pirámides, escuchaban
historias. El quía que pasa por ser el primer filósofo se llamó Tales, y fue
quien dijo que el origen del cosmos estaba relacionado con el agua, mal que le
pese a más de un hippie (?).
Otro día sigo, ahora
no tengo tiempo. ¡Sean felices!
Post relacionado: CLICKEAR ACÁ
No hay comentarios.:
Publicar un comentario